La irrupción de sofisticados sistemas de medición y control asociados a la Inteligencia Artificial (IA) no sólo ha revolucionado sectores enteros, sino que ya exige la profesionalización de las estrategias discursivas de directivos o de portavoces de todo tipo de organizaciones. Ya no basta con convencer a audiencias, ahora toca persuadir a tecnologías con capacidad de evaluar la credibilidad de un orador.
Que las nuevas tecnologías, y en concreto la IA, son una herramienta al servicio de la toma de decisiones y la optimización de carteras no es algo nuevo. En 2023 JPMorgan desarrollaba un servicio de software llamado IndexGPT para seleccionar y analizar valores financieros. Y ese mismo año, ChatGPT logró interpretar un discurso de la FED –Reserva Federal, el banco central de los Estados Unidos– y de predecir el movimiento de las acciones. Con todo, algo se mueve también en el mundo de la reputación corporativa.
Los inversores ya utilizan la IA para descubrir qué hay detrás de las palabras de los ejecutivos. Tanto es así, que muchos fondos de inversión o empresas que prestan a estos sus servicios usan algoritmos que rastrean transcripciones de declaraciones de CEOs o de portavoces en torno a resultados. Entre estos actores, algunos citados por Financial Times como Robeco, que gestiona más de 80 mil millones de dólares en fondos impulsados algorítmicamente y que integra en sus estrategias señales de audio captadas mediante la IA; Speech Craft Analytics, que recurre al análisis de grabaciones de audio a través de la IA; o Wolfe Research, firma independiente de investigación de ventas. El objetivo es simple y complejo al mismo tiempo: detectar alertas que dejen al descubierto la verdad.
Si nos atenemos a la ciencia, debemos citar la famosa regla 55-38-7 del psicólogo Albert Mehrabian, considerado una referencia en la materia. En virtud de ella, el 55% de la atención del público se circunscribe al lenguaje corporal –mirada, expresión facial, gesto, postura–; el 38%, al tono de voz –pausas, entonación, ritmo–; y el 7% restante al lenguaje verbal. Llegados a este punto, ¿y si ya no basta convencer a una audiencia tipo?
En un escenario a corto plazo, los equipos de comunicación y de relaciones institucionales de empresas y organizaciones no sólo deberán resultar creíbles ante audiencias conformadas por personas, sino que además tendrán que demostrar su credibilidad a algoritmos muy sofisticados. De ahí la necesaria profesionalización de las estrategias discursivas, algo que afecta de forma directa al control de la voz, de la gestualidad e, incluso, de la velocidad, tono y volumen de las intervenciones.
Un directivo entrenado mantendrá a raya los nervios y comunicará de forma efectiva lo que ha decidido comunicar y nada más que eso. Sin embargo, un portavoz inexperto o poco formado en el área discursiva no sólo generará problemas de credibilidad en contextos de tensión, sino que podría llegar a promover dudas aunque no haya motivos para ello. En síntesis, si hasta ahora los gabinetes de CEOs y de portavoces se afanaban en formar a directivos para que estos puliesen sus expresiones, pausas o postura, ahora deberán velar por eliminar, incluso, microtemblores de la voz o titubeos imperceptibles para el oído humano pero detectables por la IA.