“La gente olvidará lo que dijiste y lo que hiciste, pero no lo que les hiciste sentir”. La frase es de la escritora y activista americana Maya Angelou y sintetiza a la perfección lo que la comunicación no verbal puede hacer por líderes políticos, empresariales o sociales.
Así se desprende de lo sucedido el pasado 8 de agosto en Bogotá, durante la ceremonia de investidura del nuevo presidente de Colombia, Gustavo Petro. El nuevo mandatario ordenó por sorpresa exhibir la espada de Simón Bolívar, símbolo contra el imperialismo español, y el Rey Felipe VI, presente en la ceremonia, no se levantó al paso del arma. El gesto recorrió el mundo entero y provocó una marea de reacciones políticas y sociales. En síntesis: el cuerpo habla, genera emociones con facilidad y no necesita palabras para ser profundamente efectivo.
La comunicación no verbal es un pilar fundamental de cualquier estrategia discursiva. Si nos atenemos a la ciencia, debemos citar la famosa regla 55-38-7 del psicólogo Albert Mehrabian, considerado una referencia en la materia. En virtud de ella, el 55% de la atención del público se circunscribe al lenguaje corporal –mirada, expresión facial, gesto, postura–; el 38%, al tono de voz –pausas, entonación, ritmo–; y el 7% restante al lenguaje verbal.
Existen cinco tipos de gestos. Dominarlos, o al menos conocerlos, es imprescindible para cualquiera que deba interactuar en la esfera pública. En primer lugar, los gestos emblemáticos son aquellos que tienen una traducción concreta y son interpretados sin necesidad de palabras. A la hora de ejecutarlos, es clave tener en cuenta la cultura del lugar en el que se reproducen. El primer ministro británico Winston Churchill y su célebre “V” de la victoria o el puño en alto nacido en las revoluciones liberales son dos muestras representativas.
En segundo lugar, los gestos ilustradores. Son los que acompañan al discurso, lo potencian y lo complementan. Aparecen de forma automática porque están asociados a nuestra personalidad y vinculados con la credibilidad. Siguen al discurso de forma auxiliar para representar de forma visual lo que se dice. Si los gestos contradicen a las palabras o simplemente no lo acompañan, la credibilidad se resiente.
En tercer lugar, los gestos reguladores son aquellos que facilitan el flujo de la comunicación y favorecen la interactuación entres partes. Una mano tendida para dar por concluido un encuentro o levantada para frenar el discurso de nuestro interlocutor son ejemplos ilustrativos. También un saludo no correspondido o una negativa a ponerse en pie cuando el protocolo lo demanda.
Casos similares al del Rey Felipe VI con la espada de Bolívar han sido protagonizados por mandatarios como el presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, que siendo lider de la oposición, y durante un desfile militar, no se levantó de su asiento para protestar por la presencia de tropas de los países de la coalición de la guerra de Irak. En febrero de 2020, durante el discurso sobre el Estado de la Unión, el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, negó el saludo a la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi.
Los gestos adaptadores son los que el orador usa para gestionar emociones que no desea expresar o visualizar. Aparecen en momentos de tensión o cuando el estado de ánimo dificulta la interactuación con el entorno. En definitiva, se trata de vías de escape que pueden manifestarse cuando un interlocutor se coloca demasiado la americana o se pasa los dedos por el cuello de la camisa con el objetivo de disminuir la sensación de ahogo provocada por la tensión, la incomodidad o los nervios.
Por último, los gestos patógrafos son los que evidencian estados de ánimo, como ansiedad o incomodidad. Algunos ejemplos: el ceño fruncido, característica general de muchos oradores a la hora de enfrentarse a ruedas de prensa incómodas; boca seca; semblante serio o tensión en los músculos de la mandíbula, algo que denota rigidez e incomodidad frente a una situación.
Junto a los gestos, jamás debemos olvidar la escenografía, que se ha institucionalizado como una herramienta de primer nivel para comunicar realidades en un contexto social y mediático en el que la imagen se ha convertido en algo más relevante que el relato. Así, puede que no recordemos qué discrepancias existen entre el presidente ruso Vladimir Putin y su homólogo francés, Emmanuel Macrón. No obstante, somos conscientes de que estas son una realidad en virtud de la imagen en la que uno y otro aparecieron sentados en los extremos de una mesa de extensión desproporcionada.
Y no sólo las mesas son utilizadas con fines comunicativos o propagandísticos. También las sillas, que organizaciones e instituciones de todo el mundo usan para lanzar sus mensajes a la esfera pública. La bautizada como la “crisis de la silla vacía” fue el título que se dio a la decisión de la Francia de Charles de Gaulle de abandonar, durante seis meses, el Consejo Europeo como protesta por el cambio en el método de voto –de la unanimidad a la mayoría cualificada–. En Cuba, por su parte, el Gobierno decidió que tras el ascenso de Raúl Castro a presidente, la butaca ocupada hasta entonces por su hermano Fidel Castro en el Palacio de las Convenciones permanecería desocupada como muestra de respeto.